La centralidad social y política del empresariado es un hecho ineludible para quien se proponga comprender el Chile posautoritario. Basta considerar su influencia en la política económica y la formación de la estructura social que sostienen el modelo chileno para aquilatar ese protagonismo. Constituido en su fisonomía actual tras la apertura comercial decretada por la dictadura de Augusto Pinochet, en este empresariado coinciden viejas y nuevas fortunas disciplinadas por la doctrina monetarista que impuso aquel régimen. Sus más recientes estrategias de internacionalización, desplegadas sobre todo a nivel regional, son consecuencia de ese modelamiento, y ello les ha conferido un perfil económico distinto al que tuvieron sus antecesores bajo el modelo desarrollista. El empresariado chileno detenta además una autoridad simbólico-cultural que ha logrado proyectarse a distintas esferas de la vida social. Parte de esa autoridad se incubó en la década de 1990, cuando se les quiso artífices del ciclo de crecimiento económico gestionado por los gobiernos de la Concertación y fueron canonizados como actores indispensables en la estabilización de la nueva democracia.

Andrés Estefane